sábado, 4 de junio de 2016

El desván de mi memoria

El desván de mi memoria que ni por aguaceros ni por impetuosas ráfagas de viento perdió ni una ínfima parte de lo que era fue destruido por él. Fue una destrucción selectiva, como una madre llevose todo aquello que era lastre y olvidose de manera disimulada y a voluntad de aquello que no estorbaba. Así, no fue un acto de torpeza, sabía bien lo que hacía. Quisiera recordar cómo lo hizo y no recuerdo nada. Solo sé que hubo pasado que se llevo a su paso y solo sé que volverá a pasearse cuando menos me lo espere.

El tiempo no solo nos quita y da el presente, también hace volar el pasado, trastornando nuestro camino y obnubilando la razón de como hemos llegado. Se trata de una muerte del pasado terapéutica pues el tiempo bien sabe qué debe morir para hacer un presente sano, donde ya no existen memorias de tinieblas. Donde ya no existen malestares ni dolores de cabeza. 

Cada segundo de este incorregible frenesí que es el tiempo consume la llama de nuestro tiempo pasado y nos hace perder el pesar, olvidar el malestar y prepararnos para una nueva guerra. Guerra que tarde o temprano se consumirá en un lago desbordado por el aguacero del tiempo. 

¿Qué importa si te amé? Si hoy ya no lo recuerdo, si a penas soy capaz de recordar una parte minúscula de aquello que verte me daba. Si es que cuando me despierte olvidaré este sueño que es vivir. ¿Qué importa si soñé? Si olvidé el recuerdo. 

Vivimos en un constante Alzheimer que como el aire, nos mantiene vivos y mata. Así es Cronos, amante de nuestros delirios y de olvidar nuestras grandezas. Así somos, así fuimos creados, mientras el sol no olvida cuando salir, si olvidamos nosotros cuanto fuimos y a donde hemos de ir.

 

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