lunes, 24 de junio de 2013

Sobre amigos y enemigos

Un hombre sano necesita tanto de amigos como de enemigos. De hecho, requiere una franja bastante amplia de los dos grupos para poder extraer de sí mismo el máximo potencial. Así, las batallas más cruentas son aquellas que se han llevado a cabo contra el odio más acérrimo o con la afinidad más alta. En definitiva, para existir, requerimos tanto de un potencial de amistad como uno de rivalidad y de odio.

Por una parte, es indiscutible el hecho de que sin amigos que respalden nuestras decisiones y nos ayuden a llevar la pesada carga de obtener nuestro objetivo, nuestra vida sería francamente más difícil, incluso con cierta falta de sentido. Sin embargo, nunca tenemos en cuenta a los enemigos, mejor definidos como rivales, rivales en la vida. Porque al fin y al cabo eso es lo que buscamos en un enemigo, un rival que sea capaz de competir con nosotros en la vida. Así, solo aquellos enemigos que esten a nuestra altura, a la altura de nuestra vida, son dignos de hacernos crecer.

La crítica, el sarcasmo, todo tipo de estrategia que pueda llevar a superarse es mucho más sencilla y clarificadora por parte del enemigo que del amigo. Tiene la libertad de poder decir tanto como apetezca, ya que cuanto más dolor nos cause mayor será nuestro potencial de enemistad con él, y por lo tanto, mayor, nuestra afinidad por su existencia.

Pese a ello, tampoco es buena idea radicalizar todo lo aquí escrito. Un rival de vida no ha de ser buscado, siempre nos presenta uno la vida (de hecho, es probable que nos presenta más de uno, deberemos elegir aquel que esté realmente a nuestra altura) y nosotros hemos de abrazar su existencia, tanto como la del mejor de nuestros amigos. Así, cuando el crezca, nosotros creceremos con él, por miedo y por angustia. Y cuando el decrezca podremos sentirnos superiores a él durante el tiempo que esté por debajo de nosotros, sin embargo, no es buena idea, tener enemigos demasiado débiles, acaban trasformando nuestro potencial en algo vulgar y ridiculo. Y finalmente acaban con él, si un rival es demasiado débil, lo más justo es buscar uno nuevo.

Apoyandonos en la teoría de contrastes (propia teoría que algún día explicaré), la enemistad, es, algo bello, algo necesario para nuestro crecimiento. Para poder amar, necesitamos poder odiar. Poder sentir esa rabia infinita hacia alguien o algo y saber canalizarla. Poder llevar a cabo nuestros proyectos de vida gracias a la enemistad con otros seres, es utilizar de la formas más beneficiadora todo aquello que la vida nos da. Es demostrar que la enemistad, no es más que otro de los instrumentos que tiene el hombre para evolucionar.

Así, no es de extrañarnos, que en una guerra las dos facciones sientan, en lo más profundo de su ser cierto respeto y gratitud hacia la otra parte. La guerra es la mayor forma de odio, sí, pero también la mayor forma de amor. El amor que un soldado, tras poner en peligro su vida antes esas bestias sin corazón y sin razón, por su familia y su país. Es un amor que solo puede ser sentido besado el horror de la enemistad y, así, conocido hasta donde llega la fuerza de esta energía.

Llegados a este punto, no será sorpresa para nadie que crea que la fuerza de la amistad y de la enemistad aparecen en una misma linea. Cuando mayor sea uno en un momento dado, mayor será el otro en otro momento. En una especie de efecto péndulo. De hecho, es una buena definición por dos razones. Primero, porque la enemistad solo nos será útil mientras esté en nuestra cabeza, como Hume diría, hasta que se transforme en una idea interiorizada. Una idea que ya no seamos capaces de explotar, que ya no signifique nada para nosotros. Y por además, porqué son potenciales relacionados entre sí. Cuanto mayor es el odio por algo, mayor es el amor por otra razón.

En definitiva, hemos de luchar por nuestro ideal de vida, nuestra virtud. Esto requiere fuerza, la fuerza se extrae del amor, la amistad y todos sus derivados; pero, también se extrae del miedo a la muerte, del dolor y de la enemistad. Tanto uno como los otros nos dan la energía que necesitamos para ejercer nuestro ideal, con ellos, solo requiere una mente madura capaz de identificar estas ideas que finalmente, dirija este poder y lo lleve a hacernos crecer como individuos.

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